¿Emprendimiento: ser o no ser?

¿ES POSIBLE DIFERENCIAR A UN EMPRENDEDOR DE QUIÉN NO LO ES?   

La habilidad para descubrir y desarrollar oportunidades suele considerarse una de las características más importantes en el perfil de un emprendedor […]

¿QUÉ ES LA COMPETENCIA EMPRENDEDORA?

A casi nadie causa extrañeza oír: “Todos somos potencialmente emprendedores”. Esta frase sugiere que cualquier persona, en cualquier parte del planeta, puede ser emprendedora […]

¿ES POSIBLE ADQUIRIR ATRIBUTOS EMPRENDEDORES EN EDAD ADULTA?

La respuesta es sí y no; algunos sí, pero otros no. ¿Por qué? Porque algunos de los atributos relacionados con habilidades, actitudes y valores necesitan ser estimulados desde edades tempranas […]

El término “emprendimiento” se halla tan en boga que, con frecuencia, es empleado para designar cualquier actividad digna de atención; sea porque resulte simpática, guste mucho o produzca dinero. Este uso excesivo ha distorsionado su significado, así como sus connotaciones semánticas. Si Gabriel García Márquez, en su novela Cien años de soledad, sorprendió al describir cómo en Macondo «muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo», hoy a muchas cosas de nombre desconocido se les denomina “emprendimientos”.

Una tendencia cada vez más representativa de los tiempos actuales es el número creciente de personas que, como opción laboral, prefieren crear empresas en lugar de trabajar por cuenta ajena, aun cuando reconocen las dificultades que implica emprender. Esto refleja una marcada capacidad de reacción ante las oportunidades y una valoración positiva del emprendimiento como opción profesional deseable.

Pero no todo lo que recibe el nombre de emprendimiento lo es. Mucho contribuye a la confusión reinante el hecho de que, con frecuencia, se atribuya este término a cualquier actividad económica de carácter informal realizada en respuesta a la falta de opciones laborales formales; es decir, actividades ejecutadas por necesidad o subsistencia, cuya existencia finaliza cuando sus promotores encuentran un empleo de “quince y último”. En efecto, la calidad de muchos «emprendimientos» es cuestionable y preocupante: solo 6,94% tiene el potencial para convertirse en emprendimiento dinámico o “gacela”. Incluso actividades catalogadas por algunas legislaciones como ilegales son llamadas “emprendimientos”.

Según datos del GEM (2020) estas debilidades han conducido a una mortalidad temprana de las iniciativas y a un reducido (o nulo) impacto en el desarrollo económico y social del país. En América Latina, solo el 8,5% de las iniciativas empresariales sobreviven más de 3.5 años. ¿Cuántas de las actividades actualmente llamadas “emprendimientos” cumplen con las condiciones para convertirse en dinámicos? Para contestarlo con una afirmación irónica: “Esto del emprendimiento se ha convertido en un reguetón: todo el mundo se sabe la letra”.

Más allá de juzgarlos, puede constatarse la proliferación de personas e instituciones que esgrimen hipótesis académicas o hallazgos científicos ―malinterpretados― para justificar prácticas de dudosa eficacia y, en algunos casos, ganar dinero con ellas. Estos tiempos se caracteriza por la multiplicación de gurús, expertos, adivinos y brujos que prometen a clientes incautos una futura conversión en émulos de Bill Gates, Steve Jobs o Mark Zuckerberg; todo ello por un precio módico, competitivo y solidario (aunque a veces no tanto).

Esta situación se ha convertido en un grave problema, porque se diluyen los recursos destinados para el estímulo, la formación, la promoción, el financiamiento y la asesoría en actividades que, por sus características, no tienen el potencial de convertirse en emprendimientos reales y están condenadas al fracaso. Se ha vuelto un lugar común acudir a la estadística para llamar la atención acerca de la mortalidad de estos “emprendimientos”, sin reflexionar sobre qué se oculta detrás del dato: ¿la causa del problema o su consecuencia?

Para que una actividad sea considerada emprendimiento debe poseer características que la diferencien de cualquier otra actividad económica. Un elemento diferenciador es que la iniciativa no sea impulsada por necesidad o subsistencia, sino por la identificación y el aprovechamiento de una oportunidad real presente en el entorno. Por ejemplo, un vendedor de churros que se instala en una esquina no logra el mismo impacto que una franquicia de churros, cuyos propietarios desarrollaron un modelo normalizado, con procesos, productos y servicios estandarizados concebidos para trascender la presencia de los fundadores. En la bibliografía empresarial se habla de iniciativas impulsadas por individuos que identifican una oportunidad con gran potencial de crecimiento, cuyo impacto puede variar en escala: local, regional o global (Hidalgo, Kamiya y Reyes, 2014).

Esto no implica que cualquier actividad iniciada como autoempleo o medio de subsistencia no pueda convertirse, con el tiempo, en un emprendimiento dinámico. Lo relevante es que la expansión de la iniciativa esté prevista en los planes originales del equipo fundador, al punto de que pueda convertirse en una mediana o gran empresa. Este propósito fundacional requerirá inversiones continuas y su potencial de crecimiento estará vinculado al capital intelectual con valor de mercado que posea; es decir, a la creación de una posición innovadora y única que agregue valor y, por ello, tenga clientes interesados en ella. Es indispensable, además, que la actividad sea percibida como responsable ética y socialmente, al menos si se desea tener un impacto positivo en el entorno.

Para muchas personas un emprendimiento equivale a la fundación de una empresa. Sin embargo, el emprendimiento puede manifestarse de múltiples maneras y no todas implican necesariamente crear una empresa. Por ejemplo, es posible que en el seno de una organización constituida surja un emprendimiento. Este fenómeno recibe los nombres de emprendimiento interno, emprendimiento corporativo o intraemprendimiento: proyectos colaborativos que se desarrollan en una empresa para crear valor económico o mejorar sus ventajas competitivas. Este proceso sigue dos vertientes: 1) la innovación o nuevos negocios dentro de la empresa, que se manifiesta en la creación de productos, servicios, procesos de producción o métodos organizacionales, y 2) la renovación estratégica de la empresa, que puede implicar su ampliación a nuevos mercados, el cambio de ámbito de los negocios o la mejora de la posición competitiva de la empresa.

El intraemprendimiento aporta ventajas para cada una de las partes tradicionales en las relaciones laborales. Al trabajador le permite, entre otras posibilidades, diversificar el riesgo, ampliar las posibilidades de promoción, hacerse de apoyo organizacional, beneficiarse de la transferencia de conocimientos y forjarse una imagen interna de líder o emprendedor. A la empresa le brinda la oportunidad de crecer de manera orgánica, controlar sus gastos de operación, aumentar el compromiso de los trabajadores con la empresa y retener el talento, debido a que se les permite participar con sus iniciativas en la dirección estratégica de la empresa.